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La habilidad de una persona, independientemente de su edad, para cambiar la forma en que se comporta en función de lo que le requieran las situaciones a las que se enfrenta y las exigencias del ambiente, es llamada “capacidad de adaptación”. Es un proceso dinámico en el que confluyen tanto las características del entorno que le rodea como sus propias características personales (pensamientos, sentimientos, percepciones, actitudes, habilidades…).
Esta capacidad es adquirida en la infancia y su desarrollo se ve influido por el contexto familiar en el que se desarrolla el niño debido a que se trata del primer agente de socialización con el que se interactúa. Es decir, la familia le muestra al niño la forma de relacionarse con el resto de ambientes en los que tendrá que interactuar.
Uno de los primeros ambientes que ponen a prueba la capacidad de adaptación de los niños es el escolar, puesto que conlleva la separación de los padres, la salida del hogar, la entrada en un espacio desconocido y nuevo, como es la escuela, y el establecimiento de nuevas relaciones entre iguales, los compañeros de clase. Se presenta además una nueva figura autoritaria y desconocida, diferente a la de sus padres, el profesor, quien no pertenece a su entorno cercano y que le presenta una serie de nuevas exigencias.
Si bien el entorno escolar es un nuevo entorno al que enfrentarse en sí mismo, la realidad es que está conformado por diferentes ambientes que proporcionan al niño oportunidades para comportarse de forma diferente, como pueden ser el aula y el recreo, y que le obligan a poner en práctica su capacidad de adaptación al cambio entre las mismas, pues debe pasar de estar formal, quieto, en silencio y prestando atención, a comportarse como un niño que juega y se entretiene durante el breve tiempo de ocio que tienen durante el recreo.
La forma en que se relaciona con sus compañeros, el papel que juega entre ellos, o el modo en que interactúa con el profesor, desde la aceptación al enfrentamiento, son ejemplos subjetivos de la adaptación escolar desarrollada por los infantes. Por otro lado, el grado de rendimiento escolar, el comportamiento del niño dentro del aula, si es adecuado o no, o si se muestra hostil o agresivo hacia otros compañeros, así como su nivel de asistencia o cumplimiento de las normas pueden ser considerados como ejemplos de indicadores objetivos de adaptación escolar.
Por lo tanto, siendo dentro del contexto familiar donde el niño aprende la respuesta conductual a las nuevas situaciones que afronta en la escuela, serán los estilos educativos, tanto de la madre como del padre, los que influyan en la capacidad de adaptación de sus hijos. Su importancia reside precisamente en que los progenitores muestran a sus hijos diversas formas de actuar ante situaciones cotidianas, las tomas de decisiones o la resolución de conflictos, ayudándoles a generar modelos de actuación y expectativas de cómo pueden transcurrir diferentes eventos, que les sirvan como referencia a la hora de interactuar con otros ambientes. Y es que los padres no son sólo modelos comportamentales, sino que actúan como estímulos o inhibidores de la conducta en función del estilo educativo que profesen hacia sus hijos.
Algunos de los factores de riesgo identificados, dentro del contexto familiar, que pueden dificultar el desarrollo adecuado de la capacidad adaptativa, son las relaciones conflictivas en la familia, el uso de castigos verbales y/o corporales excesivos, o situaciones más extremas como los casos de maltrato físico y/o emocional, junto con un estilo educativo inapropiado. Asimismo, la sobreprotección o la permisividad excesivas también pueden derivar en el desarrollo de formas de conductas no.
Respecto al desarrollo de conductas no adaptativas, si bien es cierto que se han de considerar otros aspectos, como el propio carácter o el contexto socio-demográfico en el que crece, a la hora de hablar de la capacidad de adaptación que un niño alcanza, también es verdad que el mantenimiento de actitudes parentales poco adecuadas tales como una pobre implicación afectiva o el mostrarse poco involucrados en la educación de sus hijos, así como el desinterés hacia la correcta imposición de normas y límites, potencian su aparición, ya sean en el hogar o en el entorno escolar.
Además, en el ámbito escolar, esta inadaptación se puede ver reflejado, ya no solo a nivel conductual en las relaciones hacia otros compañeros y profesores, tal y como se ha mencionado con anterioridad, sino también en los logros académicos o en el desarrollo de la capacidad cognitiva.
Sin embargo, no se trata de imponer a los hijos una serie de normas y conductas apropiadas que han de seguir a rajatabla, sino de establecer una serie de reglas, a seguir en diferentes entornos, que sean obedecidas no por miedo a un castigo sino porque los padres se han tomado el tiempo de explicárselas de tal modo que sean comprendidas y aceptadas por sus hijos. No es un proceso que se vaya a dar de forma inmediata, siendo necesario que los padres pongan a prueba su propia capacidad adaptativa, aprendiendo a proporcionar diferentes formas de refuerzo y a comunicar distintas emociones en función de las conductas realizadas por sus hijos y del contexto en que se den.
Por lo tanto, para reducir al mínimo la aparición de conductas poco adaptadas fuera, y dentro, del entorno familiar, es importante mantener un ambiente estable y comprendido por el niño, que le proporcione seguridad a la hora de enfrentarse a entornos desconocidos y le permita sentirse seguro a la hora de relacionarse con sus compañeros y con otras figuras autoritarias diferentes a sus padres.
Referencias
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